domingo, 14 de noviembre de 2010

DAVID

Lo bello no se recuerda, se vive. Ayer lo viví en el autobús que me lleva al trabajo.  Y…


 

…“Como no esperaba la amable aparición, como le sorprendió descuidado, no tuvo tiempo de componer tranquila y dignamente la expresión de su rostro. Así, cuando su mirada tropezó con la del muchacho, debieron de expresarse abiertamente en ella la alegría, la sorpresa, la admiración. En aquel instante Tadzio le sonrió. Le sonrió expresiva, confiada y acogedoramente, con labios que se abrían lentamente a la alegría. Era la sonrisa de Narciso al inclinarse sobre el agua, aquella sonrisa profunda, encantada, deleitable, que acompaña a los brazos que se tienden al reflejo de la propia belleza, una sonrisa ligeramente contraída por el beso imposible de su sombra incitante, curiosa y ligeramente atormentada, transformada y transformadora. Aquella sonrisa fue recibida como un obsequio fatal. Aschenbach se conmovió tan profundamente, que se vio obligado a huir de la luz de la terraza, del jardín y buscar apresuradamente el refugio de la oscuridad de la parte posterior del parque. Allí se le escaparon amonestaciones, singularmente indignadas y tiernas a la vez: ‘¡No debes sonreír así! ¡No se debe sonreír así a nadie!”.



domingo, 17 de octubre de 2010

16 CONSEJOS

16 consejos (*)
Jorge Luis Borges

En literatura es preciso evitar:
1. Las interpretaciones demasiado inconformistas de obras o de personajes famosos. Por ejemplo, describir la misoginia de Don Juan, etc.
2. Las parejas de personajes groseramente disímiles o contradictorios, como por ejemplo Don Quijote y Sancho Panza, Sherlock Holmes y Watson.
3. La costumbre de caracterizar a los personajes por sus manías, como hace, por ejemplo, Dickens.
4. En el desarrollo de la trama, el recurso a juegos extravagantes con el tiempo o con el espacio, como hacen Faulkner, Borges y Bioy Casares.
5. En las poesías, situaciones o personajes con los que pueda identificarse el lector.
6. Los personajes susceptibles de convertirse en mitos.
7. Las frases, las escenas intencionadamente ligadas a determinado lugar o a determinada época; o sea, el ambiente local.
8. La enumeración caótica.
9. Las metáforas en general, y en particular las metáforas visuales. Más concretamente aún, las metáforas agrícolas, navales o bancarias. Ejemplo absolutamente desaconsejable: Proust.
10. El antropomorfismo.
11. La confección de novelas cuya trama argumental recuerde la de otro libro. Por ejemplo, el Ulysses de Joyce y la Odisea de Homero.
12. Escribir libros que parezcan menús, álbumes, itinerarios o conciertos.
13. Todo aquello que pueda ser ilustrado. Todo lo que pueda sugerir la idea de ser convertido en una película.
14. En los ensayos críticos, toda referencia histórica o biográfica. Evitar siempre las alusiones a la personalidad o a la vida privada de los autores estudiados. Sobre todo, evitar el psicoanálisis.
15. Las escenas domésticas en las novelas policíacas; las escenas dramáticas en los diálogos filosóficos. Y, en fin:
16. Evitar la vanidad, la modestia, la pederastia, la ausencia de pederastia, el suicidio.


(*) Adolfo Bioy Casares, en un número especial de la revista francesa L’Herne, cuenta que, hace treinta años, Borges, él mismo y Silvina Ocampo proyectaron escribir a seis manos un relato ambientando en Francia y cuyo protagonista hubiera sido un joven escritor de provincias. El relato nunca fue escrito, pero de aquel esbozo ha quedado algo que pertenece al propio Borges: una irónica lista de dieciséis consejos acerca de lo que un escritor no debe poner nunca en sus libros.

jueves, 14 de octubre de 2010

      El saxo de Hamilton resuena en las paredes aún vacías como un órgano en una catedral. El eco hace rebotar las notas de una pared a otra y yo me entretengo con ellas como en un partido de tenis. La copa vacía me obliga a levantarme y es entonces cuando me doy cuenta que he bebido demasiado, no sé qué hora es, tampoco me importa, pero ya ha anochecido. Las gotas de lluvia en la cristalera del gran ventanal descomponen el reflejo de los cientos de estrellas que están a mis pies. Que raro -pienso por un momento que estoy de cabeza- las estrellas abajo y un mar gris y tempestuoso arriba. Mirando a través del cristal recuerdo lejana la pequeña y húmeda habitación en las que pasaba las largas tardes de invierno escribiendo relatos cortos para un periódico de provincias que pagaba mal y tarde, recuerdo la indiscreta proximidad de las ventanas con sus luces tenues tamizadas por viejas cortinas de colores estridentes y los grises tejados acharolados por la nieve derretida.

            Aunque no me guste reconocerlo tengo que darle la razón a la Sra. Wilton…

-… y sin duda, lo mejor que tiene este apartamento son sus excelentes vistas.
-Si, pero el precio sigue siendo demasiado elevado.
-Tonterías, si se lo queda algún día me lo agradecerá.

Y en estos momentos ciertamente se lo agradezco.

Reparo en la copa vacía y lleno su panza. Vuelvo a recostarme en el chester de ajada piel marrón, que se ha salvado del campo de batalla junto con una exquisita mesita vintage, y me dispongo a seguir jugando con las notas. Veo en el suelo un pequeño libro de pastas azules, abierto, con sus páginas dobladas y en ademán de haberse lanzado desde la caja número ciento cinco apilada en lo más alto. De nuevo esta noche me resulta algo extraño. Las cajas, aún precintadas,  perfectamente numeradas y clasificadas por temas no han sido manipuladas desde que los operarios de la mudanza, y siguiendo mis instrucciones, las colocaron en el lugar en el que se encuentran. Cojo el libro del suelo, enciendo un cigarro y empiezo a ojearlo, pero igual que no reconocemos al amigo que no vemos desde hace veinte años,  yo no reconozco a este viejo amigo de pastas azules. El libro es pequeño y sobrio, sobre un azul intenso,  en letras plateadas,  en la cubierta se puede leer:

“GLOSARIO DE TÉRMINOS ECONÓMICOS Y FINANCIEROS”
VV.AA.,

Y en una de sus guardas una dedicatoria en la que no había reparado hasta este momento:  “…conseguirás lo que te propongas…”, unas palabras de cariño y tres iniciales R.F.C. ¿Sería posible que jamás hubiese leído estas palabras? Al instante reconozco la caligrafía, y en las iniciales el nombre y a la persona,

-Esto te ayudará para el examen.
-No, la materia es muy extensa, no queda mucho y no tengo tiempo de ampliar.
-No es más que un diccionario de términos económicos. Te valdrá para colocar el       término correcto en su lugar y con el significado adecuado.
-Está bien. Muchas Gracias.

El primer libro, la primera noche, la primera lección… Los libros se multiplicaron, las noches se confundieron con los días y las lecciones se sucedieron en un mundo aparte, diferente, distinto, singular. Nunca sabíamos qué hora era, tampoco nos importaba. Entre exámenes a medio corregir, fichas sin terminar y pilas interminables de libros y revistas vivíamos nuestra fantasía siempre acompañados por Mercedes Sosa, Paco Ibáñez, Silvio Rodríguez, Cafrune. Amancio Prada, y un millón de nombres más que dejaban el regusto de su música en el ambiente. Un buen día el Tiempo, al vernos totalmente ajenos a él, nos separó de un corte limpio en dos mitades perfectas que siempre que se volvían a unir formaban un todo. Y al separarnos separó nuestros intereses, nuestros ambientes… El todo.

Después, varios amantes, un matrimonio, un divorcio, más amantes, otro matrimonio y otro divorcio del que esta noche he decidido recuperarme. Que tedioso es desordenar lo ordenado para que alguien que no te conoce de nada lo ordene en papales que se convertirán en ley. En esos papeles nunca se ordena nada importante, por qué no se dice en ellos dónde puedo colgar mi Gaugin favorito, hacerlo junto al Kandinsky sería desastroso.  Por qué no se dice cómo poner cada cosa en su lugar otra vez.

Vuelvo a llenar la copa y le doy un largo y profundo trago. Me acurruco como un niño con frío entre los cojines y huelo el libro. Releo de nuevo la dedicatoria. Nunca me propuse nada, nunca tuve metas, sólo quería escribir, poco, mucho, para nadie. Lo demás vino rodado, ha sido el “gran público” con sus modas y sus gustos literarios el que me ha encumbrado, el que me ha permitido granjearme un lugar en los círculos de “los más vendidos”. Nunca me lo propuse. Sólo había que dar con la fórmula exacta, y yo, sin proponérmelo, di con ella en mi húmeda habitación: un poco de historia apócrifa o no apócrifa, un poco de misterio, algo de intriga, un pellizco de esoterismo, un héroe con su heroína que sostengan la trama y un poco, o un mucho, de imaginación. Todo esto junto con un editor (el bueno y paciente Vasili) que pensó que esta fórmula podía dar resultado y se arriesgó con alguien como yo: novel, de provincias y sin ambición.

Y sobre todo los lectores que cansados de la física, la metafísica, la filosofía y el desasosegado mundo en el que vivimos eligieron leer mis libros, que por otra parte no les deja el alma hecha jirones cuando llegan al epílogo. Les alabo el gusto y la libertad de hacerlo. Al fin y al cabo son ellos los que me permiten mantener a dos exparejas y vivir en este ático, en el techo del mundo, compartiendo escalera –o ascensor según se mire- con famosos actores, músicos, escritores, directores de cine, temibles críticos de todo, pintores excéntricos y ricos, y financieros agresivos. La Crème de la  Crème. Que los Dioses me perdonen si muerdo la mano de los que me dan el sustento pero soy de naturaleza inconformista…

El timbrazo del teléfono termina de licuar lo poco sólido que queda en mi cabeza,

-Buenos días, te recuerdo que hoy a las diez tienes la presentación ¿No lo habrás olvidado?
-No, no lo he olvidado.
-¿Te encuentras bien? Te noto la voz extraña.
-Sí,  me encuentro bien. Anoche no dormí demasiado.
-Ponte el traje de chaqueta azul, das muy buena imagen con él en las fotos. No te retrases, los medios están citados a las diez y media.
-No me retrasaré. Gracias Vasili.

Huelo a café y siento ruido en la cocina. Ahí está, puntual como siempre, alegre y joven, sobre todo muy joven, afanada en llenar los muebles con los cientos de cacharros que nunca uso. Ella si se ha propuesto algo, llegar a ser cantante. Y no lo hace nada mal, yo la animo y la ayudo en todo lo que puedo, pero todavía ningún productor ha confiado en ella como Vasili confió en mí.

-Buenos días, Sara.
-Buenos días, señora.

El café me sienta bien, casi no me he dado cuenta que me lo he bebido de un sorbo. Me sirvo otra taza mientras ojeo el periódico de la mañana. Siempre los mismos titulares; crisis, guerras, paro, corrupción, extorsión… Me voy directamente a la sección cultural, en las páginas centrales mi entrevista y una fotografía que verdaderamente me hace justicia y que me envanece más que el propio contenido de la entrevista. Vasili tiene razón, el traje azul da mucho juego.  En la columna de la derecha otro titular: “El insigne catedrático R… F… C… fallece prematuramente a la edad de…” Aturdida aún,  no se si por la resaca o por el impacto de la noticia,  pregunto a Sara por el libro de pastas azules que anoche había dejado en la mesita al lado del sofá.

-En la mesita no había ningún libro.
-No puede ser, lo dejé allí anoche antes de irme a la cama.
-¿No lo dejaría en otro sitio?
-No, estoy segura que estaba allí.

Lo he buscado por todas partes, aunque no hay mucho donde buscar, el apartamento está casi vacío.

Se me hace tarde. Vasili tiene razón, algunas veces bebo demasiado.