jueves, 26 de mayo de 2011

Maldito ático, maldita domótica, maldita ciudad, maldito calor. No puedo respirar, siento que la piel se me va a cuartear como la de un crustáceo a la plancha... Hasta la piscina hierve. A través del ventanal, condenado a no ser ventana,  los edificios reverberan pareciendo que se van a derretir de un momento a otro ¿a cuántos grados estaremos? Necesito salir pero no puedo hacerlo, el ángel exterminador con su espada incandescente está esperando en la puerta para separarme la cabeza del tronco. Mejor espero aquí a que arreglen el aire acondicionado. Ya no pueden tardar mucho, los técnicos especializados llevan más de cuatro horas con sus ordenadores chequeando (que dicen ellos) todos los programas que controlan a través de un mando las funciones de la casa. Sufridos sí que son. Sara les ha llevado una limonada y unos canapés, pero el hielo se está derritiendo sin remedio, apenas si queda para refrescar un vaso de agua. ¿Sería mucho pedir que revisaran también mis biorritmos? Me siento como una autómata encerrada en mi propia caja, en una existencia vacía y carente de sentido y de futuro. Debe ser el calor. A lo lejos oigo un piano, ¿un piano? No tengo piano. Quién toca un piano que no tengo…
-         Señora, su móvil está sonando.
-         ¿Mi móvil?, gracias Sara.
-         Dígame.
-         Querida, ¿cómo estás?
-         Con la garganta seca y el alma abrasada por el fuego de este infierno.
-         Pero mujer, cómo se te ocurre… ¿Aún siguen ahí los técnicos?
-         No sé si siguen aquí o ya han sido pasto de su propia combustión.
-         Recoge tus cosas, nos vamos a la casa de la playa.
-         No, a la playa no. Allí es más fácil matar al primero que se me ponga por delante sin más excusa que el sol que quema mi piel y el sudor que ciega mis ojos. Me juzgarían, me condenarían y me colgarían, y lo peor de todo, me daría igual.
-         Está bien, creo que estás peor de lo que pensaba. Debe ser el calor. Paso a recogerte en una hora.
-         Sí, debe ser el calor. Gracias Vasili.

¿Gracias? ¿Sólo gracias?. Desagradecidas gracias.